Introducción
En los últimos años ha habido un considerable
debate acerca de la eticidad de permitir la eutanasia activa voluntaria y el
suicidio asistido para enfermos terminales. Existe una tendencia a escribir en
las revistas científicas en favor de aceptar la moralidad de la eutanasia en un
esfuerzo de conquistar el consenso público para su legalización. De hecho, en
países como Holanda la eutanasia ha sido descriminalizada desde hace tiempo; se
han presentado leyes para su descriminalización en Australia y en los Estados
Unidos en el estado de Oregon, y es motivo de debate en varios parlamentos a
nivel mundial. El suicidio asistido significa que el médico provee los medios
necesarios para que el paciente finalice su vida. La eutanasia activa significa
que el médico administra personalmente una droga letal. La muerte se busca para
finalizar una vida que ha llegado a ser intolerable por el sufrimiento a causa
de que el paciente no quiere continuar viviendo o porque la vida ha adquirido
tal condición mínima que no merece ser considerada digna.
El considerable avance de la Medicina en los últimos
años ha llevado a evaluar si es obligatorio usar todos los medios posibles para
mantener a una persona viva o si se ha de usar toda la terapia disponible, aun
cuando hay pocas posibilidades de obtener algún progreso. Se discute la
cuestión del derecho a morir con dignidad. Para algunos, morir con dignidad
significa morir sin dolor por intervención médica directa o suicidio asistido.
Cualquier muerte que sea acompañada por el sufrimiento es considerada como
indigna en la mentalidad de la sociedad de hoy. En este contexto, la muerte sin
dolor puede ser provocada por la administración de una droga con la intención
de finalizar la vida y al mismo tiempo el sufrimiento. Esta intervención activa
se selecciona porque acaba rápidamente con la vida del enfermo y se propone
hacerlo cuando no hay posibilidad de curación y el enfermo ha manifestado su
deseo de no continuar viviendo. Para muchos otros, el derecho a la muerte con
dignidad implica la no aplicación o la interrupción de terapias de soporte
vital para enfermos terminales, para permitir que el enfermo sucumba por la
enfermedad, de esta forma liberándolo de la esclavitud del llamado
"encarnizamiento terapéutico", que consiste en tratar al enfermo con
terapias excesivas por no tener ya ninguna efectividad y someterlo a un
prolongado sufrimiento.
Ha habido también un debate sobre el alcance del
término eutanasia. El término ha sido dividido en eutanasia pasiva y eutanasia
activa. En el contexto de la sociedad norteamericana, con el término de
eutanasia pasiva se ha querido significar el favorecer el proceso de la muerte
al remover el equipo de soporte vital o al terminar con los procedimientos
médicos cuando estos son considerados vanos. Con el término de eutanasia activa
se ha querido significar el provocar inmediatamente la muerte por la aplicación
de un agente letal. Sin embargo, bajo el punto de vista de la ética
profesional, se ha objetado que es irrelevante el terminar la vida del enfermo
por acción o por omisión de un tratamiento que es considerado válido y necesario
para que este pueda vivir, ya que la muerte es provocada intencionalmente en
ambos casos. Para evitar confusiones, la definición de eutanasia debe ser
entendida más bien como el finalizar deliberadamente la vida de un enfermo que
está sufriendo o tiene una enfermedad incurable, independientemente de que sea
por acción o por omisión (1). En el caso de que la eutanasia sea llevada a cabo
a través de una acción, se trata de eutanasia activa. En el caso de que se
trate de la privación de una asistencia médica todavía válida y debida, se
trata de eutanasia omisiva. Por otra parte, no hay que considerar que hay
eutanasia en la mal llamada "eutanasia pasiva" al remover sistemas de
soporte vital que no son terapéuticos y permitir que el enfermo sucumba por la
enfermedad o en negarse a recibir un tratamiento médico que es considerado
vano, ni hay eutanasia en la muerte provocada por el "efecto doble"
de drogas que son dadas para aliviar el dolor pero pueden acortar la vida. No
hay obligación de recibir o de prolongar un tratamiento que es considerado
ineficaz por la profesión médica. Esta práctica es considerada como ética y
legal siempre que la intención del médico sea aliviar el dolor y otros síntomas
y no provocar la muerte .
En la presente reflexión voy a analizar los
argumentos en favor de la eutanasia junto con una crítica de los mismos para
emitir un juicio ético sobre si existe el derecho a cometer suicidio o de pedir
una acción eutanásica para enfermos terminales.
Argumentos en favor de la eutanasia y respuesta
crítica
1. El argumento de la pobre calidad de vida.
Aquellos que defienden la eutanasia, argumentan que en algunas circunstancias
vivir es peor que morir, ya que el dolor y el sufrimiento causado por una
enfermedad terminal pueden hacer la vida tan agonizante y difícil de llevar que
la muerte puede parecer un "acto humanitario" y se considera racional
que el médico ayude al suicidio como una forma de morir con dignidad (3). Para el enfermo terminal, el sufrimiento
puede ir más allá del dolor como resultado de las condiciones en que se
encuentra y estas hacer la vida insoportable, como por ejemplo: la progresiva
pérdida de movimiento y actividad, la pérdida de libertad asociada con la
dependencia de otros, molestias físicas como náuseas, vómitos o disnea, la
incapacidad de tragar o de hablar, el miedo a morir, la incontinencia, la
debilidad, la pérdida de la dignidad personal, la demencia (4). La vida pierde toda calidad y significado, de
forma que la muerte es preferible.
Respuesta crítica: En el argumento de la calidad de
la vida se confunde el valor de la calidad de la vida con la calidad que la
vida tiene. La vida humana tiene un valor intrínseco en sí misma. La buena
salud no puede dotar de dignidad a la vida humana, ya que la salud no posee vida
en sí misma, más bien participa de la vida. La salud es un bien que se ha de
disfrutar y cuidar, pero no es un bien absoluto al que haya que subordinar
todo. La salud es para el ser humano y no el ser humano para la salud. La
dignidad de la persona no desaparece por la enfermedad. Más bien, la pérdida de
dignidad se imputa al enfermo por las reacciones de los profesionales de la
salud y de la familia del enfermo a la apariencia externa que este ofrece. El
enfermo mismo nos enseña con su estado que la salud, aun siendo muy importante,
no es un valor absoluto. Juzgar qué calidad tiene una vida, tiene un fuerte
carácter subjetivo. Muy fácilmente el profesional de la salud puede sustituir
sin darse cuenta su concepto de calidad de vida con aquel que tiene el
paciente. No es posible juzgar que a partir de conceptos existenciales
individuales de la calidad de vida se pueda decidir el acabar activamente con
una vida. El morir con dignidad no ha de entenderse como un derecho a la
eutanasia activa o el suicidio asistido, cuando uno se encuentra bajo una pobre
calidad de vida por el dolor y el sufrimiento, sino como un derecho a morir en
un entorno digno del ser humano, recibiendo de las personas cercanas contactos
humanos sencillos y el derecho a no prolongar la vida por medio de una
tecnología que no puede sanar. El sufrimiento no es solo causado por el dolor,
a la persona se la ha de ayudar atendiendo a los valores que expresa que la
hacen sufrir.
2. El argumento del respeto de la autonomía del
enfermo. Los defensores de la eutanasia consideran que el respeto por la
autonomía de las personas requiere el reconocer su derecho a decidir cómo vivir
sus vidas. Esto incluye el proceso de la muerte y la habilidad de elegir el
destino propio. De tal forma que se propone el derecho de evitar el sufrimiento
intolerable ejerciendo un control sobre la forma de morir. Lo que está en juego
es ser libre para tomar responsabilidades sobre la propia vida, parte de la
cual la constituye la muerte. Cada persona tiene un nivel de tolerancia para el
sufrimiento y por tanto no existe una respuesta objetiva que se pueda aplicar a
todos acerca de cuándo la vida se hace insoportable. Por ello es necesario que
el paciente se manifieste ejerciendo su autonomía. Algunos autores creen que existe
el derecho a cometer suicidio y que no debe haber restricciones irrazonables
sobre la forma en que uno puede ejercer este derecho (5). El Estado no tendría
derecho a privar al paciente de su libertad de quitarse la vida. Battin ha
argumentado que existe un derecho fundamental al suicidio, pero no hay igualdad
en su distribución (6). El derecho del paciente a la autodeterminación ha sido
un argumento central en favor de la eutanasia (7). Pero a menudo se asume, sin
argumento, que esto implica el derecho del paciente a pedir que otra persona
intervenga en su ayuda para procurar la muerte (8). Un enfermo terminal puede
no ser capaz físicamente por sí solo de ejercitar la opción del suicidio. Se
considera que los enfermos terminales serían discriminados a causa de su
incapacidad, ya que las personas con capacidad física sí tendrían la opción. Se
disminuiría además la ansiedad en futuros pacientes si saben que existe la
posibilidad de que un médico les asista en el suicidio. Además, hay que
considerar que aun con un adecuado cuidado paliativo hay casos en que no es
posible evitar el dolor (9).
Respuesta crítica: El enfermo terminal se encuentra
en una posición extremadamente vulnerable, de forma que su capacidad de
autonomía se halla comprometida, sufriendo de depresión, ansiedad, miedo,
rechazo o culpabilidad. El pedir la muerte no tiene por qué reflejar un deseo
duradero, voluntario, pasado por la reflexión. En las condiciones en que se
encuentra el enfermo terminal o casi terminal es muy difícil tener una conciencia
clara para tomar decisiones, y la tendencia es a seguir casi ciegamente las
indicaciones y sugerencias del médico. El enfermo podría desear la muerte por
deficiencias en la atención médica, como el no poder aliviar el dolor, no por
una decisión libre. Además no es lo mismo cometer suicidio que ayudar a un
suicidio. Lo último es una forma de homicidio, aun cuando la razón por la que
se haga sea por compasión. Aunque el intento de suicidio se haya
descriminalizado, el Estado sigue teniendo interés en prevenir contra el
suicidio, incluyendo la penalización de aquellos que ayudan a que otro se
suicide. Por otra parte, tampoco tenemos derecho a cometer suicidio,
simplemente porque la vida no nos pertenece por completo y, por tanto, nuestra
autonomía se halla limitada. Nadie puede decir que se ha dado la vida a sí
mismo. No todas las posibilidades acerca de la vida de uno mismo pueden ser
consideradas como derechos que deben ser protegidos.
3. El argumento del principio de beneficencia o
tener compasión por el que sufre (10). El médico actúa bajo el principio de
beneficencia para aliviar el dolor y el sufrimiento de pacientes terminales.
Bajo esta forma de pensar, la eutanasia es considerada un acto virtuoso. El no
abandonar al enfermo ha sido parte del cuidado tradicional ejercido por el
médico. Se juzga que el que el médico asista al enfermo en su suicidio es una
forma de ejercer el principio ético de no abandonarlo (11). Hoy día, los
médicos son considerados los candidatos lógicos para buscar ayuda en el morir,
ya que para muchos enfermos terminales el asistir en la muerte es considerado
como una extensión del rol del médico de aliviar el sufrimiento y como una
forma de ejercer su cuidado, consistente con la profesión (12).
Respuesta crítica: La compasión de que hablan
aquellos que defienden la eutanasia refleja una visión distorsionada de esta
actitud. La verdadera compasión no puede ser eliminar al que sufre, sino buscar
el aliviar la causa del sufrimiento. De otra forma, se devaluaría la vida de
los enfermos. Además la compasión es una cualidad espiritual que significa
"sufrir con", estar presente al que sufre, no se trata de un
principio o una razón autojustificante. El elegir el suicidio asistido corta
toda posible relación y los lazos que nos unen a las personas que nos acompañan
en los momentos difíciles de la cercanía de la muerte. Además procurar la
muerte por eutanasia no es competencia de la profesión médica. Asistir al
suicidio no es consistente con el compromiso del médico a curar y tratar la enfermedad,
va en contra de los códigos tradicionales de ética médica (promesa hipocrática,
Asociación Mundial de la Salud). Aceptar esto llevaría a una desconfianza de
las personas en general hacia los médicos. El profesional de la salud también
tiene su autonomía y no debe ser presionado para actuar en contra de los
valores profesionales.
4. El argumento de la experiencia positiva de la
aceptación de la eutanasia en Holanda. Las personas en general y la profesión
médica en ese país considera positiva la despenalización de la eutanasia, de
forma que ningún médico que siga ciertas líneas puede ser penalizado por la
justicia por cometer un acto eutanásico. Estas líneas son: el enfermo tiene que
ser competente y pedir voluntariamente la muerte después de haber sido
aconsejado; su sufrimiento tiene que ser insoportable, no puede haber forma de
hacérselo soportable al enfermo, y el juicio del médico con respecto al
diagnóstico y el pronóstico debe ser confirmado por otro médico.
Respuesta crítica: La experiencia de la eutanasia
en Holanda ha demostrado la realidad del argumento de la "colina
deslizante" (slippery slope). Se han dado pasos sucesivos en la relajación
de criterios por los que la acción eutanásica es permitida. De aceptarse solo
para enfermos terminales que hayan expresado su voluntad de terminar con la
vida, se ha extendido a enfermos no terminales, a menores, a personas con el
síndrome de Down, a pacientes con enfermedades mentales o con depresión severa
o demencia, y se ha extendido a casos de eutanasia involuntaria bajo ciertas
condiciones (13). Esta realidad devalúa el efecto positivo que se argumenta
tenga la despenalización de la eutanasia.
5. El argumento de la disminución del estigma de
culpa asociado al suicidio. El estigma público adosado al suicidio ha
disminuido en los últimos tiempos. En muchas jurisdicciones el suicidio o el
intento de suicidio es un acto que no está penalizado. Los estudios de
investigación demuestran que la mayor parte de los suicidios resultan de
enfermedades mentales transitorias, generalmente la depresión (14). Sin
embargo, se argumenta que la razón por la que los enfermos terminales desean
acortar el proceso de la muerte es terminar con su sufrimiento. Esto hace
surgir el concepto de suicidio racional.
Respuesta crítica: El suicidio sigue considerándose
un mal en la sociedad y cuando se tiene noticia de que alguien intenta
suicidarse se toman medidas para prevenirlo. No importa cuán enferma una
persona esté, el hecho es que todavía se encuentra entre los vivos y por lo tanto
tiene el derecho a vivir. Los resultados de la investigación sugieren que el
interés de los enfermos por la eutanasia se debe en la mayoría de los casos a
depresiones o estrés psicológico, más que al dolor. Esto sugiere que la mayor
parte del debate acerca de la eutanasia está siendo manipulado, ya que se
enfoca en el dolor y se usa la eutanasia como una forma de liberarse del dolor,
cuando de hecho el motivo principal por el que se pide la eutanasia no es el
dolor (15). El sufrimiento de origen psicológico puede ser tratado con el
aconsejamiento adecuado y por intervención psiquiátrica o psicológica. Con el
soporte adecuado, incluyendo el alivio del dolor, la terapia psicológica y
espiritual, y la amistad, el enfermo puede morir de forma digna como miembro de
la familia humana sin intervención eutanásica. Ninguna legislación presente
permite el ayudar al suicidio a una persona que sufre de un período transitorio
de depresión. Más bien, su depresión debe ser tratada. El legalizar la
eutanasia contribuiría a hacer a la sociedad insensible al hecho del matar.
6. El argumento de la no diferencia moral entre
matar y dejar morir. La distinción entre eutanasia "pasiva" y
"activa" ha sido criticada por depender de concepciones de causación
que son consideradas problemáticas y que se basan en la creencia de que la
diferencia entre matar y dejar morir es relevante moralmente. El discontinuar
las medidas de soporte vital y la eutanasia voluntaria activa son similares
bajo el punto de vista del paciente en que su deseo fundamental es una muerte
más rápida y más confortable. Son también moralmente similares en que ambas son
hechas con la intención de acabar con la vida (16). Se argumenta que la
intención es moralmente irrelevante en la evaluación de la moralidad de la acción.
Por ejemplo, en el caso de dejar de alimentar artificialmente a un enfermo en
coma, claramente se atenta contra su vida con la intención de acabarla, ya que
la persona moriría de hambre. En el caso de discontinuar mecanismos de soporte
vital y permitir que el enfermo muera, esto ocasiona días o semanas de
sufrimiento. Bajo esta forma de pensar, la eutanasia activa parece ser
preferible moralmente (17). Para algunos, discontinuar la ventilación mecánica
no puede ser considerado negarse a recibir un tratamiento, sino una petición de
procurarse la muerte (18). Para Patrick Hopkins (19) no existe una diferencia
moral intrínseca que sea esencial entre una máquina que sustituya funciones
orgánicas y órganos naturales del cuerpo; así que omitir un tratamiento, en que
intervenga una de estas máquinas es una forma de matar, ya que priva a la
persona de un órgano que puede solamente funcionar con la ayuda de una máquina
o de tecnología médica y, por tanto, necesitamos poner a un lado nuestros
prejuicios en contra de lo artificial y extender la opción de la buena muerte
(eutanasia activa) a aquellos que han sido atrapados por la naturaleza al
encontrarse en estado terminal. Si nuestra sociedad ha sido capaz de reconocer
que la vida puede ser lo suficientemente irresistible bajo tratamientos de
sostenimiento vital, tales como la ventilación mecánica o las máquinas de
diálisis, y que estas intervenciones médicas pueden ser discontinuadas o
abstenerse de ellas (lo que algunos llaman eutanasia pasiva), entonces también la
vida puede ser lo suficientemente irresistible como para justificar la
eutanasia activa.
Respuesta crítica: Existe una relación especial
entre el médico y el enfermo. Una omisión, si resulta en daño, puede traer
responsabilidad legal. Si un enfermo competente se niega a recibir un
tratamiento o a continuar con uno, el efecto legal es que el médico es absuelto
de su deber de tratar al enfermo por el enfermo mismo. El médico deja de tratar
al enfermo y la muerte resultante es causada por la enfermedad que tiene el
enfermo. El médico por lo tanto no mata al enfermo, sino que deja que se muera.
No puede ser prohibida la aceptación voluntaria de una muerte que la
intervención médica solo puede posponer, ya que no hay posibilidad de curación.
Una conclusión acerca de la causación simplemente refleja un juicio acerca de
la forma correcta de asignar responsabilidades. Cuando una persona desconecta
la ventilación mecánica de soporte vital sin autorización, está claro que causa
la muerte del enfermo, pero cuando un médico sigue las directrices del enfermo
de desconectar la ventilación mecánica cuando no hay esperanza de curación, no
actúa equivocadamente, ya que no tiene el deber de continuar el tratamiento en
contra del deseo del enfermo, aun cuando su acción está causalmente relacionada
con la muerte resultante del enfermo. Además el derecho a poder negarse a un
tratamiento médico esta basado en el derecho a resistirse a invasiones físicas
que sean consideradas desproporcionadas, no en el derecho a acelerar la muerte,
el cual no existe. A menudo en el diálogo existe una confusión entre la
eutanasia pasiva y la eutanasia por omisión. La última lleva consigo
responsabilidad moral, pero no la primera, ya que la muerte natural no es un
homicidio y por tanto no es ni ilegal ni inmoral y no está sujeta a
responsabilidad. Se acepta el discontinuar la ventilación mecánica después de
la muerte cerebral total, el no aplicar terapias en el caso de un coma
irreversible, excepto los cuidados considerados ordinarios, la no aplicación e
interrupción de las "terapias de sustento vital" en el caso de
enfermos terminales, el no emplear técnicas de reanimación cuando su aplicación
es considerada inútil u onerosa por la profesión médica, el no emplear terapias
ineficaces que aumenten el dolor o claramente desproporcionadas en relación a
los costos humanos y la utilidad para el enfermo (20). En este sentido, sería
provechoso el que se evitase el término de eutanasia pasiva mientras que se
retiene el concepto de eutanasia omisiva, que implica un acto de negligencia.
Un ejemplo de que la intención tiene su lugar en la vida moral es que cuando la
persona no muere después de parar el tratamiento, a esta se la deja continuar
viviendo. Esto no ocurre con el suicidio asistido. Una cosa es desear la muerte
y actuar para que ocurra de forma activa y otra diferente desear la muerte y
permitir que ocurra. Una cosa es respetar el deseo del enfermo de rechazar el
tratamiento y otra el tomar su vida. No es simplemente una diferencia
psicológica, sino moral. Matar constituye siempre una lesión del principio de
no maleficencia, pero permitir morir, bajo ciertas condiciones, no constituye
una lesión de este principio. El consentir que alguien muera de una enfermedad
de la cual no es responsable y que no puede ser curada, es permitir que la
enfermedad sea la causa de la muerte. La intención en permitir la muerte es por
compasión y no por desear la muerte, mientras que la intención de la eutanasia
activa es procurar la muerte como medio de ejercer la compasión. Continuar el
tratamiento a un enfermo cuando no hay posibilidades de curación (tratamiento
ineficaz) es una forma innecesaria de hacer sufrir al enfermo y por tanto va
contra su dignidad (21). Un tratamiento ineficaz ya no produce ningún beneficio
al enfermo, sino más bien daño (22). No es lo mismo ayudar a vivir a alguien
que está viviendo que prevenir morir a quien está muriendo. Un tratamiento es
considerado ineficaz si solo preserva la inconsciencia o no permite acabar con
la dependencia de la unidad de cuidados intensivos. Cuantitativamente, un
médico puede considerar infructuoso un tratamiento para el que los datos
empíricos demuestran que tiene menos de un 1% de probabilidad de ser
beneficioso para el paciente (23). El optar por el tratamiento o el dejarse
morir no puede decidirse con absoluta certeza, simplemente porque no existe una
relación estricta y específica entre la etiología y la enfermedad. Nuestro
conocimiento de una realidad empírica es siempre aproximado, probable. No
podemos pedir al médico un grado absoluto de certidumbre en sus decisiones. Por
lo tanto el enfermo está en su derecho de continuar con un tratamiento que es
considerado ineficaz, ya que no existe una certeza absoluta. Para que una
acción de omisión sea eutanásica, el tratamiento omitido o discontinuado debe
haber sido considerado útil por la profesión médica.
7. El argumento de que el principio del doble
efecto es una forma de eutanasia activa. A los médicos se les permite dar dosis
en aumento de narcóticos cuando el dolor es severo o al menos se presume,
siempre que la intención sea aliviar el sufrimiento, a sabiendas de que estas
drogas pueden afectar la respiración y acelerar la muerte (24). Se argumenta
que si la muerte de la persona que desea morir no es un mal que se inflige a la
misma, entonces la doctrina del doble efecto no tiene relevancia para la
permisividad de la eutanasia voluntaria.
Respuesta crítica: Se puede proveer un cuidado
óptimo paliativo para aliviar el dolor a la mayor parte de los enfermos
terminales (25). Las unidades de cuidado paliativo constituyen un ejemplo de
cómo es posible proveer una existencia lo más confortable posible al final de
la vida con cuidados de soporte que incluyen una atención integral a la
persona. El legalizar la eutanasia desviaría los esfuerzos y los avances que se
han logrado en el manejo del dolor y el cuidado paliativo hacia el camino fácil
de acabar rápidamente con los enfermos difíciles por medio de la eutanasia. Por
otra parte, el acelerar la muerte por intervenciones paliativas de manejo del
dolor en pacientes terminales es aceptado ética y legalmente siempre que la
intención del médico sea aliviar el dolor y otros síntomas y no el producir la
muerte (26). Los médicos deben tener cuidado de no introducir drogas como la
morfina en grandes dosis, sin darle tiempo al paciente de que desarrolle
tolerancia, ya que puede deprimir la respiración. Una sedación
desproporcionada, además, puede causar la interrupción de la alimentación y la
hidratación del paciente, que morirá de hambre o sed en un estado de
inconsciencia. En este caso, la eutanasia puede hacerse de una forma escondida
y es efectuada por una acción u omisión que conduce a la muerte del paciente. A
esta forma encubierta de eutanasia se la denomina "criptoeutanasia".
Éticamente, el médico debe buscar el método de alivio del dolor que tenga menos
riesgo de abreviar la vida y todavía liberar al paciente de sufrimiento
innecesario.
8. El argumento del deber de no imponer cargas
pesadas a los parientes y seres queridos. John Hardwig ha argumentado que
cuando la Medicina moderna nos permite sobrevivir por mucho más tiempo del que
podemos cuidarnos a nosotros mismos, existe un deber o responsabilidad de morir
en consideración a los seres queridos, en quienes recae el peso económico, para
no imponerles cargas pesadas (27). En una sociedad en que la disponibilidad de
recursos para la práctica médica se halla muy restringida, puede no ser ético
el embarcarse en tratamientos extremadamente caros para enfermos terminales.
David Thomasma considera que podría llegarse a considerar ético el pedir
suicidio asistido o eutanasia por amor a los parientes cercanos, considerando
que en la doctrina cristiana hay instancias en que matar está justificado y a
que se puede considerar que la aceptación de Cristo de la cruz, o la aceptación
de la muerte de los mártires, es un acto equivalente al suicidio, ya que
pudiendo evitar la muerte, la aceptaron, donando su vida por los demás (28).
Respuesta crítica: Permitir que el médico asista al
suicidio de enfermos terminales dejará un impacto en otras personas que sufren
por enfermedad, edad o debilidad. Esto devaluaría las vidas de estas personas,
que podrían verse presionadas a que ejerzan el suicidio asistido. Mayor presión
es ejercida si existen dificultades económicas, pero el simple hecho de sugerir
esto al enfermo es un signo de falta de generosidad. Los enfermos terminales
perderían los lazos con las personas que les acompañan en los últimos momentos
de la vida, tendrían que justificar su decisión de mantenerse vivos, en vez de
aceptar que la familia y la comunidad tienen el deber de cuidar a la persona
hasta el final, aunque resulte una carga y un sacrificio. El gesto de
solidaridad que se pide a las personas que acompañan al enfermo es liberarlo de
presiones extras, ya tiene suficiente con la enfermedad. Ayudar a descubrir, a
través del sufrimiento, el significado de la vida en su condición presente,
puede liberar al enfermo del sentimiento de abandono y desesperación que
significa encarar la muerte. Para que un enfermo se sienta tratado con
dignidad, debe tener confianza en que las personas que lo acompañan van a estar
con él hasta el final y proteger su derecho a la vida. Tampoco se puede
interpretar la aceptación voluntaria de la muerte de Cristo como un acto de
suicidio. Como ha señalado Tristram Engelhardt (29), Cristo nos ha enseñado que
la vida tiene como meta la unión con Dios y su cruz fue una forma de
ofrecimiento a Dios. El suicidio, en cambio, es un acto en que la persona se
vuelve sobre sí misma y busca la muerte sin perseguir dicha unión. Los mártires
nunca aceptaron la muerte bajo la premisa de evitar una carga sobre ellos
mismos o sobre sus parientes o hermanos en la fe. Al contrario, aceptaron con
humildad la indignidad y el sufrimiento de su muerte por una causa superior, la
unión con Dios. Este criterio no tiene nada que ver con la eutanasia o el
suicidio.
Reflexión ética
Prácticamente todas las tradiciones religiosas
consideran la vida como un don de Dios, que nos es dado y retirado en el
momento que Él elige; el suicidio no puede ser nunca una opción ética. Ya
Aristóteles afirmó (30) que el suicidio es un acto injusto y no puede ser
permitido, no porque vaya en contra del individuo, sino porque va en contra de
la comunidad. Además la vida humana tiene un valor y dignidad en sí misma a
causa de que se trata de la vida de una persona. La vida física es constitutiva
de la persona y condición para su existencia, es el valor fundamental de la
persona y por lo tanto no puede ser valorado con criterios que son menores y
relativos y tampoco puede ser declarada a la disposición de otros (31). Por
otra parte, como cristianos, creemos que Dios sostiene a las personas en el
sufrimiento y, por lo tanto, buscar activamente el final de la vida representa una
falta de fe en la promesa Divina. El quitar la vida es usurpar la prerrogativa
que tiene Dios sobre la vida de cada uno. También como cristianos tenemos la
obligación de apoyar y estar con aquellos que sufren y creemos que el
sufrimiento nos acerca a Cristo, identificándonos con su cruz y participando en
la redención. Parte del problema con el debate actual sobre la eutanasia está
en que no se da ningún valor al sufrimiento, cuando este puede ser ocasión para
que la persona profundice en su propia existencia, se reconcilie y encuentre un
sentido transcendente a su vida. El dolor y el sufrimiento es algo que no
interesa, que no conviene, de lo que es mejor no hablar. El hombre de hoy tiene
muy poca tolerancia ante el dolor, más bien lo teme. Este temor se debe a poner
una excesiva preocupación en el cuerpo, olvidándose del ser espiritual, a poner
como meta placeres momentáneos de la vida, y al progreso de la técnica, en que
gracias al tratamiento del dolor por analgésicos y por el uso de la anestesia,
el hombre de hoy está mucho menos familiarizado con el dolor que sus
antecesores y, por tanto, le teme más. Ha llegado a rechazarse tanto el dolor,
que se acepta más la muerte que el dolor o el sufrimiento. El proceso
contemporáneo de no aceptación del sufrimiento está dando como resultado la
aceptación social de la eutanasia. El sufrimiento, sin embargo, da lugar a una
experiencia espiritual y se puede encontrar significado a la vida que queda
cuando uno se enfrenta a una enfermedad que no tiene curación (32). La
espiritualidad fortifica a la persona que sufre y la capacita para aceptar la
condición en que se encuentra. El dar sentido al sufrimiento da sentido a una
vida sufriente que tiene poca capacidad para relacionarse.
Aun considerando que la vida pueda llegar a ser
irresistible, la cuestión final es que la vida no puede ser tomada y el
suicidio no es ético. La cuestión que surge es si los creyentes tienen el
derecho de extender sus propias creencias personales a la población entera,
incluyendo ateos, agnósticos y aquellos que se rigen por lo secular. Mi
argumento es que en este caso los creyentes sí tienen este derecho porque se
trata de algo que compete a la vida misma, independientemente de la religión y,
por tanto, es posible encontrar una solución racional. Tanto los creyentes como
los no creyentes han de estar de acuerdo en que la vida y la muerte no nos
pertenecen por completo, nos han sido dadas. No todo es autónomo en el ser
humano. No nos damos la vida a nosotros mismos, la hemos recibido de nuestros
padres y nos debemos a ellos y a la sociedad a la que pertenecemos. Por lo
tanto, no tenemos un dominio absoluto sobre nuestra vida y no podemos tomarla.
Este argumento refuerza todos los argumentos críticos en contra de la
eutanasia, ya que la calidad de la vida no puede tener mayor valor que la vida
misma, la autonomía del enfermo no puede ser absoluta en cuanto se refiere a su
vida misma, la verdadera compasión no puede consistir en eliminar al que sufre,
el sufrir no puede ser razón suficiente para aceptar el suicidio, el dejar
morir está en el contexto de aceptar la muerte como un proceso de la vida
misma, y aliviar el dolor y el sufrimiento es ayudar a la vida. Tratar el
cuerpo como si fuera un objeto que puede ser destruido viola la dignidad
intrínseca de la persona. Tenemos la responsabilidad y el deber de cuidarnos
los unos a los otros hasta el final de nuestra vida. Debemos distinguir entre
poseer algo como la vida y el hecho de poder asumirla. Nuestra vida la hemos
recibido, no es un objeto que podamos poseer, más bien somos responsables de lo
que hacemos con nuestra vida, somos capaces de tomar opciones y esta
posibilidad nos hace ser capaces de asumir nuestra vida. Somos seres personales
vivientes pero no poseemos nuestra vida como si fuera un objeto
RAZONES DEL NO A LA EUTANASIA
La Eutanasia es SUICIDIO asistido, de ahí que ya
sea lamentable el que tan solo se considere. Pero tambièn es posibilidad de
anticipar la muerte a un pariente... ¿Cuánto se podrá anticipar?,
No podrá ser utilizada tambièn por delincuentes
para resolver rápidamente la necesidad de anticipar una herencia o para
familiares desinteresados eliminar la necesidad de atención prolongada a un
enfermo terminal. ¿Y qué puede decirse del tráfico de órganos con instrumentos
legales para ganar velocidad en donantes?Por otra parte, no será mas
"evidente" ahora que nuestros parientes viejos o desahuciados, están "sobrando
en este mundo"?
No guardemos silencio, no hablemos en privado del
tema, no pequemos por omisiòn, es necesario comprender el transfondo anti-vida
de la campaña por la aprobaciòn de la Eutanasia
PRESENTACIÓN
La legalización de la eutanasia ha venido siendo
promovida en diversos paises, a partir de su legalización en Holanda, tomando
esta idea fuerza, como parte de una actitud generalizada frente a la vida
humana que tiene muy diversos aspectos para ser analizados con detenimiento.
Dentro de una serie de artìculos que publicaremos
sobre LA EUTANASIA iniciamos con el documento la Associació Catalana d’Estudis
Bioètics (ACEB) se aporta al importante debate social reflexiones fundamentales
ante un asunto tan delicado como la despenalización de acciones contra la vida humana.
1- ¿QUÉ ES LA EUTANASIA?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la
eutanasia como aquella "acción del médico que provoca deliberadamente la
muerte del paciente".
Esta definición resalta la intención del acto
médico, es decir, el querer provocar voluntariamente la muerte del otro. La
eutanasia se puede realizar por acción directa: proporcionando una inyección
letal al enfermo, o por acción indirecta: no proporcionando el soporte básico
para la supervivencia del mismo. En ambos casos, la finalidad es la misma:
acabar con una vida enferma.
Esta acción sobre el enfermo, con intención de
sacarle la vida, se llamaba, se llama y debería seguir llamándose homicidio. La
información y conocimiento del paciente sobre su enfermedad y su demanda libre
y voluntaria de poner fin a su vida, el llamado suicidio asistido, no modifica
que sea un homicidio, ya que lo que se propone entra en grave conflicto con los
principios rectores del Derecho y de la Medicina hasta nuestros días.
2- EL DEBATE ACTUAL
La eutanasia es un acto que busca provocar la
muerte a una persona enferma que conlleva graves consecuencias familiares,
sociales, médicas, éticas y políticas. Su despenalización modificará en su
propia raíz la relación entre las generaciones y los profesionales de la
medicina. El Informe Remmelink sobre la práctica de la eutanasia en Holanda
arroja a la luz 1.000 muertes por eutanasia involuntaria (sin consentimiento)
en 1990. Estos 1.000 pacientes eutanasiados se convierten en 1.000
poderosísimas razones para oponerse a la eutanasia activa. Igualmente en los
casos en los que la eutanasia es solicitada por el enfermo existe un grave
problema ético porque se trata de una derrota social y profesional ante el
problema de la enfermedad y de la muerte. Los casos extremos y la autonomía
personal, siempre aludidos por los partidarios de la eutanasia para su
despenalización, no deben generar leyes socialmente injustas, que enfrentan el
deseo individual con el ineludible deber del Estado a la protección de la vida
física de cada ciudadano.
Hay que eliminar el sufrimiento humano, pero no al
ser humano que sufre.
Tres cuestiones complejas están presentes en el
debate de la eutanasia: el consenso democrático, la dignidad de la persona
humana y la autonomía personal.
El consenso:
El consenso convierte el principio legislativo en
la única fuente de verdad y de bien, y deja la vida humana a merced del número
de votos emitidos en un Parlamento. Las legislaciones sobre el aborto, la
clonación humana, la fecundación extracorpórea y la experimentación embrionaria
son consecuencia de la aplicación del principio de las mayorías.
Los derechos humanos no son otorgados por el número
de votos obtenidos, ni por la sociedad, ni por los partidos políticos, aunque
deben siempre reconocerlos y defenderlos. No se basan tampoco en el consenso
social, ya que los derechos los posee cada persona, por ser persona. Las
votaciones parlamentarias no modifican la realidad del hombre, ni la verdad
sobre el trato que le corresponde.
La dignidad de la vida humana
Ninguna vida carece de valor.
El hecho de nacer y el de morir no son más que
hechos y sólo hechos, adornados naturalmente de toda la relevancia que se
quiera. Precisamente por ello no pueden ser tenidos como dignos o indignos
según las circunstancias en que acontezcan, por la sencilla y elemental
evidencia de que el ser humano siempre, en todo caso y situación es
excepcionalmente digno, esté naciendo, viviendo o muriendo. Decir lo contrario
es ir directamente en contra de lo que nos singulariza y cohesiona como
sociedad.
Legalizar la eutanasia es una declaración de
derrota social, política y médica ante el enfermo que no acabará con las
perplejidades de la vida, ni de la muerte, ni con las dudas de conciencia de
los médicos, de los pacientes y de los familiares
La autonomía personal.
"El derecho a morir no está regulado
constitucionalmente, no existe en la Constitución la disponibilidad de la
propia vida como tal" Si existiera este derecho absoluto sobre la vida,
existirían otros derechos como la posibilidad de vender tus propios órganos o
aceptar voluntariamente la esclavitud.
La autonomía personal no es un absoluto. Uno no
puede querer la libertad sólo para sí mismo, ya que no hay ser humano sin los
demás. Nuestra libertad personal queda siempre conectada a la responsabilidad
por todos aquellos que nos rodean y la humanidad entera. La convivencia
democrática nos obliga a someternos y a aceptar los impuestos, las normas y las
leyes que en ningún momento son cuestionados como límites a la libertad
personal.¿Por qué no queremos descubrir un bien social en la protección legal
de la vida en su finitud? ¿Qué cultura dejaremos a nuestros hijos si les
transmitimos que los enfermos no merecen la protección de todos?
3- CÓMO QUEREMOS MORIR?
Todos queremos una buena muerte, sin que
artificialmente nos alarguen la agonía, ni nos apliquen una tecnología o unos
medios desproporcionados a la enfermedad.
Todos queremos ser tratados eficazmente del dolor,
tener la ayuda necesaria y no ser abandonados por el médico y el equipo
sanitario cuando la enfermedad sea incurable.
Todos queremos ser informados adecuadamente sobre
la enfermedad, el pronóstico y los tratamientos que dispone la medicina, que
nos expliquen los datos en un lenguaje comprensible, y participar en las
decisiones sobre lo que se nos va a hacer.
Todos queremos recibir un trato respetuoso, que en
el hospital podamos estar acompañados de la familia y los amigos sin otras
restricciones que las necesarias para la buena evolución de la enfermedad y el
buen funcionamiento del hospital.
¿Cómo queremos morir?
Sin dolores.
Pudiendo rechazar tratamientos que prolongan
artificialmente la vida.
Informados sobre la enfermedad y las posibilidades
de tratamientos, con palabras comprensibles.
Pudiendo decidir sobre lo que se nos va a hacer y
rechazar tratamientos que prolongan artificialmente la agonía.
Siempre tratados con respeto y cariño por los
profesionales de la salud.
Estando acompañados de la familia y los amigos.
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